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Preguntas a la promesa de la modernidad

¿Cómo podemos volver a un modelo en donde el crecimiento, la aceleración o las innovaciones se produzcan como reacciones a cambios en el entorno y no como imperativos?

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Una de las características que definen la sociedad en la actualidad es que esta se estabiliza a través del crecimiento económico, la aceleración tecnológica o mayores tasas de innovación. La necesidad de estos tres aspectos está ligada a la lógica de la producción capitalista y de la competencia pero, sin duda, se extiende mucho más allá de la esfera económica. 

Hasta aquí parece que todo esto nos es muy ajeno, que estas afirmaciones introductorias que se hacen, describen al sistema pero que no tienen que ver con nosotros. Pero lo cierto es que esta lógica conocida como estabilización dinámica es muy atractiva: tener más, movernos más rápido, conocer más lugares del mundo, etc. Esto está ligado a la promesa de aumentar nuestro alcance individual y colectivo; o mejor dicho, a que cada vez haya más cualidades y cantidades disponibles, accesibles. Aquí aumento, control e incremento suenan como palabras bruscas, pero pensar en ejemplos de esto como el crear un telescopio para poder mirar más lejos o comprar otro libro que nos abra el mundo, quizás suena mucho más deseable. 

Y es que esta ilusión de aumentar nuestro alcance físico, material y social no surge de ningún deseo perverso, sino que está anclada a la esperanza de poder encontrar encontrar algo que resuene con nuestras vidas: un trabajo que nos satisfaga, un hogar donde nos sintamos seguros, una película que nos conmueva. El problema es, entonces, que confundimos los medios con los fines; es decir, creemos que el fin es tener una gran cantidad disponible: suscribirse a Spotify donde encontramos millones de canciones o abrir Netflix en donde hay miles de películas y series. El punto es: ¿tenemos tiempo para escucharlos o verlos todos, para asimilarlos, reflexionar sobre ellos?

Por eso, la pregunta que aparece aquí es: ¿será esa lógica del incremento, la innovación y la aceleración la que nos conducirá a tener una mejor relación con el mundo? Parece que no, especialmente cuando esto se vuelve un fin en sí mismo. 

El movimiento del mundo nos impulsa a empujar sistemáticamente los límites, a aumentar lo que puede ser conocido o alcanzable, transgredir hacia lo aún desconocido, a ir cada vez más rápido. Y esto aplica para describir nuestras relaciones con la naturaleza, pero también con nosotros mismos, que nos vemos abocados al rendimiento. Lo cierto es que todo esto parece conducir a lo que el sociólogo Hartmut Rosa ha llamado alienación, que consiste en un trastorno en la relación del ser humano con el “medioambiente”, con el mundo social y también consigo mismo.

Esto se traduce en relaciones mudas con el mundo, es decir, nos lleva a considerar a las cosas –e incluso a los seres humanos– como meros recursos o instrumentos, lo cual hace casi imposible tener relaciones no reificadas y, en cambio, aparece la indiferencia y la falta de compromiso. Además, este mismo deseo de poder abrir el mundo, de hacerlo más legible, es el mismo que nos ha llevado a destruir y poner en peligro a la naturaleza, a empobrecerla, a contaminarla. Y esto mismo ha sucedido incluso con nuestra propia vida. Un fenómeno como el burn out (como síntoma de la alienación) y las elevadas tasas de estrés y desgaste (que siguen aumentando) se ven también en el individuo cuando su relación con el mundo y consigo mismo sólo tienden al incremento.

Ahora, lo que nos asusta de todo esto es pensar que no hay alternativa; parece que sin crecimiento, aceleración e innovación permanentes, el mundo como lo conocemos no podría sostenerse: se perderían puestos de trabajo, las empresas cerrarían, los ingresos disminuirían, etc. Pero también mantener esta lógica conduce a otra reacción de la naturaleza que nos afecta de igual o peor manera y se manifiesta en tsunamis y terremotos, deslizamientos de tierra y desbordamientos de los ríos o sequías y virus y bacterias que se resisten a nuestras medicinas. 

¿Y entonces qué hacer ante todo esto? –es la otra pregunta que aparece aquí. Una de las respuestas para contrarrestar esta relación fría y casi patológica con el mundo, la esboza Hartmut Rosa al proponer la idea de resonancia, como la posibilidad de tener relaciones amables y responsivas con el mundo desde la emoción, es decir, desde el sentirse tocado y afectado por el mundo y desde la afección, entendida como la capacidad de creer en nuestras propias capacidades para también movilizar un segmento de la vida o a un otre. 

Lo anterior precisa de la esperanza de creer en que otro mundo es posible, o mejor dicho, que podemos construir otra relación con ese mundo en el que habitamos, mantener la utopía, cuestionarnos nuestra orientación a la competencia y al alcance y cuestionarnos los medios y los fines con los que orientamos nuestra vida. Rosa, por su parte, cree que es posible volver a un modelo de estabilización adaptativo en donde el crecimiento, la aceleración o las innovaciones se produzcan pero como reacciones a cambios en el entorno y no como imperativos.  Aquí, entonces, la última pregunta será: ¿cómo lograr esto?, ¿es inevitable el colapso para la transformación?, ¿cómo empezar paulatinamente a integrar relaciones más amables con el mundo? Porque, sin duda, para que el cambio se dé es necesario el convencimiento colectivo de esta necesidad. 

* Este texto se presenta a manera de reseña de los planteamientos expuestos por el sociólogo Hartmut Rosa en el artículo “Dynamic Stabilization, the Triple A. Approach to the Good Life, and the Resonance Conception”, publicado en Questions de communication 31 (2017), 437-456.

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