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¿Cómo descarbonizar nuestros deseos?
Nuestra sensibilidad está cimentada en los combustibles fósiles, la alta demanda energética y la fantasía del crecimiento permanente. Si queremos detener el avance de la frontera extractiva, tal vez sea necesario reeducar nuestro sentido estético.
Justicia climáticaComo es bien sabido, el creciente consumo de energía y el uso de combustibles fósiles son determinantes para el incremento de la temperatura planetaria, liberan gases tóxicos, microplásticos y otros productos químicos como las sustancias perfluoroalquiladas (PFAS), contribuyen al efecto invernadero y atentan de manera directa contra la biodiversidad del planeta y el desmonte de la cubierta vegetal. Por otra parte, la producción de automóviles eléctricos, celdas fotovoltáicas o aerogeneradores liberan muchas más emisiones contaminantes que la fabricación de automóviles de combustión. Más del 80% de la energía consumida a nivel global es de origen fósil y menos del 15% proviene de energías renovables. Casi toda la energía eléctrica empleada es generada mediante la quema de carbón mineral o combustóleo. El creciente uso de dispositivos electrónicos y almacenamiento de datos, al igual que los vehículos eléctricos, requieren de minerales y tierras raras que exigen la expansión de la frontera extractiva y la explotación laboral en los sures. Si no cuestionamos el paradigma de crecimiento, la descarbonización y la transición al uso de energía eléctrica solo beneficiará a la industria automotriz y a los capitales emergentes de los procesos de conversión agravando la crisis en curso.
El capitalismo industrial y su paradigma de progreso y crecimiento permanente han configurado la sensibilidad de las sociedades noroccidentales. El imaginario cultural basado en la explotación de recursos naturales y la intensificación de los ritmos productivos es indisociable de las formas de dominación y despojo, como también lo son nuestros artefactos culturales. La noción de desarrollo y su identificación simbólica con la técnica producen patrones de acumulación y consumo que se han edificado sobre la base de la energía fósil y definen las relaciones visuales contemporáneas y el deseo independientemente del tipo de energía empleada. Del mismo modo en que nuestra alimentación está subordinada a modelos agroindustriales monoculturales insostenibles, las relaciones sensibles que tenemos con el sonido o las imágenes son altamente dependientes del gas, el petróleo, el carbón y la escalabilidad expansiva capitalista. Exigen novedades, eventos y el flujo constante de información y se centran cada vez más en vínculos cliente-servidor como las redes sociales, las plataformas de streaming, activos digitales encriptados como los NFT, dispositivos electrónicos de última generación, la conservación y el traslado internacional o el turismo trasatlántico. Nos comunicamos a través de plataformas digitales que demandan grandes cantidades de energía y de la extracción mineral constante para el mantenimiento de servidores de intercambio de archivos, encriptación, almacenamiento y baterías; para ello utilizamos dispositivos de corta vida útil que requieren de minerales raros cuya explotación alimenta conflictos bélicos a nivel regional y sostienen violencias azuzadas por el lucrativo mercado de armamentos. La violencia extractiva controlada por acuerdos corporativos con el crimen organizado es, junto con el cambio climático y el cambio en el uso del suelo, uno de los principales motores de migración forzada hacia el norte global. Las empresas legales y alegales que generan la violencia son las mismas corporaciones que compran obra, financian bienales y museos insignia alrededor del mundo. Claro, la producción artística para exposiciones, presentaciones y programas públicos en museos o galerías comerciales depende en gran medida del capital mercantil. Sus modos de producción son extractivos.
¿Cómo desarticulamos las relaciones materiales y simbólicas de poder que naturalizan y perpetúan las desigualdades y la violencia sistémica que el paradigma de la aceleración y el crecimiento permanente imponen a la vida en su conjunto? ¿Cómo reorientar nuestras relaciones hacia la reproducción de la vida? La tematización del conflicto ecosocial difícilmente va a construir alternativas reales de salida de esta crisis. La ideología extractiva de la insostenibilidad no se expresa en el contenido sino en la forma en que se producen y transmiten las ideas, las obras y sus sentidos. No son los temas sino las relaciones que producen su aparición. Mientras mantengamos estructuras basadas en la extracción de recursos y la explotación humana y no humana, hablar del antropoceno y las micorrizas poco cambiará de fondo. Necesitamos transformar nuestras políticas, nuestras formas de organización y los deseos que las conforman.