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Mexico City as seen from the western hillsides. Image by Nicolás Pradilla.

¿Cómo descarbonizar nuestros deseos?

Nuestra sensibilidad está cimentada en los combustibles fósiles, la alta demanda energética y la fantasía del crecimiento permanente. Si queremos detener el avance de la frontera extractiva, tal vez sea necesario reeducar nuestro sentido estético.

Como es bien sabido, el creciente consumo de energía y el uso de combustibles fósiles son determinantes para el incremento de la temperatura planetaria, liberan gases tóxicos, microplásticos y otros productos químicos como las ​sustancias perfluoroalquiladas (PFAS), contribuyen al efecto invernadero y atentan de manera directa contra la biodiversidad del planeta y el desmonte de la cubierta vegetal. Por otra parte, la producción de automóviles eléctricos, celdas fotovoltáicas o aerogeneradores liberan muchas más emisiones contaminantes que la fabricación de automóviles de combustión. Más del 80% de la energía consumida a nivel global es de origen fósil y menos del 15% proviene de energías renovables. Casi toda la energía eléctrica empleada es generada mediante la quema de carbón mineral o combustóleo. El creciente uso de dispositivos electrónicos y almacenamiento de datos, al igual que los vehículos eléctricos, requieren de minerales y tierras raras que exigen la expansión de la frontera extractiva y la explotación laboral en los sures. Si no cuestionamos el paradigma de crecimiento, la descarbonización y la transición al uso de energía eléctrica solo beneficiará a la industria automotriz y a los capitales emergentes de los procesos de conversión agravando la crisis en curso.

El capitalismo industrial y su paradigma de progreso y crecimiento permanente han configurado la sensibilidad de las sociedades noroccidentales. El imaginario cultural basado en la explotación de recursos naturales y la intensificación de los ritmos productivos es indisociable de las formas de dominación y despojo, como también lo son nuestros artefactos culturales. La noción de desarrollo y su identificación simbólica con la técnica producen patrones de acumulación y consumo que se han edificado sobre la base de la energía fósil y definen las relaciones visuales contemporáneas y el deseo independientemente del tipo de energía empleada. Del mismo modo en que nuestra alimentación está subordinada a modelos agroindustriales monoculturales insostenibles, las relaciones sensibles que tenemos con el sonido o las imágenes son altamente dependientes del gas, el petróleo, el carbón y la escalabilidad expansiva capitalista. Exigen novedades, eventos y el flujo constante de información y se centran cada vez más en vínculos cliente-servidor como las redes sociales, las plataformas de streaming, activos digitales encriptados como los NFT, dispositivos electrónicos de última generación, la conservación y el traslado internacional o el turismo trasatlántico. Nos comunicamos a través de plataformas digitales que demandan grandes cantidades de energía y de la extracción mineral constante para el mantenimiento de servidores de intercambio de archivos, encriptación, almacenamiento y baterías; para ello utilizamos dispositivos de corta vida útil que requieren de minerales raros cuya explotación alimenta conflictos bélicos a nivel regional y sostienen violencias azuzadas por el lucrativo mercado de armamentos. La violencia extractiva controlada por acuerdos corporativos con el crimen organizado es, junto con el cambio climático y el cambio en el uso del suelo, uno de los principales motores de migración forzada hacia el norte global. Las empresas legales y alegales que generan la violencia son las mismas corporaciones que compran obra, financian bienales y museos insignia alrededor del mundo. Claro, la producción artística para exposiciones, presentaciones y programas públicos en museos o galerías comerciales depende en gran medida del capital mercantil. Sus modos de producción son extractivos.  

¿Cómo desarticulamos las relaciones materiales y simbólicas de poder que naturalizan y perpetúan las desigualdades y la violencia sistémica que el paradigma de la aceleración y el crecimiento permanente imponen a la vida en su conjunto? ¿Cómo reorientar nuestras relaciones hacia la reproducción de la vida? La tematización del conflicto ecosocial difícilmente va a construir alternativas reales de salida de esta crisis. La ideología extractiva de la insostenibilidad no se expresa en el contenido sino en la forma en que se producen y transmiten las ideas, las obras y sus sentidos. No son los temas sino las relaciones que producen su aparición. Mientras mantengamos estructuras basadas en la extracción de recursos y la explotación humana y no humana, hablar del antropoceno y las micorrizas poco cambiará de fondo. Necesitamos transformar nuestras políticas, nuestras formas de organización y los deseos que las conforman. 

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