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Photo: Carolina Campuzano

La contemplación de lo bello: una acción para la justicia climática

¿Cómo convencer a alguien de una idea? ¿Cómo decirle al mundo a qué debería prestarle atención? A veces las palabras no son suficientes, a veces los discursos son pasajeros, es decir, impactan durante un momento y luego desaparecen, incluso aquellos que son apocalípticos parece que no logran el efecto deseado: el de generar miedo para que a partir de él, las personas actúen.

Sucede también esto con las imágenes, aunque todavía hay quien defienda que estas valen más que todas las palabras del mundo. Dice Susan Sontag en su libro Ante el dolor de los demás que, por ejemplo, la larga exposición de los individuos a las fotografías de guerra generan un efecto narcotizante, en otras palabras, el horror que estas suscitan, como un tipo de emoción potente, puede repeler pero también generar la percepción de imposibilidad de acción para cambiar una situación problemática. El punto es que esta sensación puede propiciar una actitud de apatía y de cinismo por parte de los espectadores. Quizás pasa algo similar con las imágenes que muestran las consecuencias que sobre el planeta tierra tienen nuestras acciones depredadoras; imágenes que se han convertido en un espectáculo que se ve a través de una pantalla. Una larga cifra de catástrofes que se va olvidando. 

 «Toda la vida de las sociedades donde rigen las condiciones modernas de producción se manifiesta como una inmensa acumulación de espectáculos. Todo lo que antes se vivía directamente, ahora se aleja en una representación», dice Guy Debord. Así, entre todo lo que es susceptible de convertirse en un espectáculo, la pregunta seguirá apareciendo: ¿cómo decirle al mundo a qué debería prestarle atención? Y más que prestarle atención, cómo eso puede conducir a la acción, a la lucha por la justicia climática, por ejemplo, a salir de esa apatía frente al planeta.  Entonces la búsqueda de otras maneras se hace necesaria y, una de ellas es la que no destaca la destrucción sino la belleza, lo que aún está. Volver a esa contemplación no del horror sino de lo bello también podría hacer las veces de recordatorio o de agente movilizador frente a algo que no se quiere perder.  

Durante años, el fotógrafo brasileño Sebastião Salgado recorrió los cinco continentes documentando conflictos internacionales, hambrunas, migraciones; de ahí salieron trabajos ampliamente premiados y destacados pero que lo dejaron agotado y enfermo, al haberse sumergido en el “corazón de las tinieblas”. Después de ver y exponer toda la crueldad, este artista decidió darle otra mirada al mundo, de ahí nació el proyecto Génesis, en el cual, como menciona, quiso mostrar “la dignidad, la belleza de la vida en todas sus facetas. Y el hecho de que todos compartimos el mismo origen”. 

Este último proyecto (y por supuesto toda la demás experiencia acumulada) vino de la mano de implementación de una idea que su esposa, Lélia Wanick, le propuso: reforestar con 2,5 millones de árboles de variedades de la selva autóctona en la tierra de los padres de Salgado, que antes eran fértiles y, para el momento en que ambos se dieron a esta tarea, se encontraban arrasados. Así crearon la primera ​​Reserva Particular del Patrimonio Natural (RPPN) de Brasil, impulsados por el espectáculo (no el de la destrucción sino el de la belleza) de la recreación del ciclo de la vida, pues como él dice: «quizás podamos llegar a entender un poco el concepto de eternidad cuando nos fijemos en el retoño de un árbol pensando que alcanzará su plenitud dentro de cuatrocientos años».

Llamar la atención sobre lo bello y la posibilidad de que ya no esté, ha sido también una de las maneras que han encontrado algunos activistas de la lucha contra el cambio climático que, durante 2022, “atacaron” destacadas obras de arte para llamar la atención sobre el calentamiento global. Monet, Da Vinci, Van Gogh se vieron con puré, pasta de tomate o pegamento. La acción impactó, sin duda, y la respuesta a la razón de los ataques fue poderosa. Esto fue lo que dijo la organización Last Generation: “Monet amaba la naturaleza y plasmó su belleza única y frágil en sus obras. ¿Cómo puede ser que tantas personas tengan más miedo de que esas reproducciones de la realidad sufran daños, que de la destrucción de nuestro propio mundo, cuya magia Monet admiraba tanto? (…): ¡Cuando entremos en guerra por los alimentos y el agua ya no habrá tiempo para admirar el arte!”. 

El espectáculo (porque quizás lo sigue siendo) es distinto, aquí se propone volver la mirada sobre lo bello para, por un momento, reflexionar sobre el dolor de perderlo. No se puede afirmar que esta estrategia funciona mucho más que la de exponer un terreno deforestado, o las inundaciones que cubren pueblos enteros; sin embargo, es otra vía importante que puede movilizar y llamar a la acción como, de alguna manera, le sucedió a Sebastião Salgado. La historia completa se puede ver en el documental realizado por Win Wenders, La sal de la Tierra  (2014). 

Aquí, entonces, no se apela a la utilidad y quizás parezca superficial, dentro del problema, hablar de la estética, pero esta palabra está inexorablemente unida a la ética, y puede aportar otras perspectivas que movilicen la sensibilidad, un aspecto no menos importante que el de la racionalidad para lo que somos como humanos. 

Por eso, aquí dejo algunas imágenes de lo bello de la naturaleza, como recordatorio, como espacio para la contemplación y para que emerja el deseo de hacer lo posible para no perderlo: 

Fotografías de Carolina Campuzano.

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