Tona Kinich

El regreso de las Garzas

by: Tona Kinich

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Está el silencio, 

antes hubo silbidos, cantos, alas y plumas. 

Se impone el desarrollo, el progreso, la seguridad del Estado.

Una presencia aniquiladoramente visible, 

en una tolvanera que golpea nuestros rostros. 

Ruidosas hélices sobre nuestras cabezas escriben despojo.

El sur de la Ciudad de México cuenta con varias zonas de cultivo. Xochimilco es una de ellas. Ahí, la lucha por el mantenimiento de tradiciones y formas de organizarse es una constante muestra de resistencia. Dentro del territorio se vive la confrontación continua ante el despojo, siendo una de las periferias que sostienen al centro, que lo alimentan, le inyectan agua y le sirven de atracción turística. 

Antes todo ahí era un lago, así que se crearon campos de cultivo sobre éste, las chinampas.1

Los helicópteros seguirán pasando toda la tarde; cambiarán al anochecer por el golpeteo de motores de camiones de carga y los temblores del terreno en su avance. Las cegadoras luces y continuas marcas de sus neumáticos indicarán la repetición de su paso.

Una chinampa se ve como una pequeña isla, una serie de montículos de tierra conectados por canales de agua. Han dicho que este paisaje dedicado a la agroecología genera condiciones de equilibrio agua-tierra-aire. Esto hace que se vuelva muy fértil para el cultivo, que tenga disponibilidad de nutrientes, genere una capa húmeda por debajo de la rizósfera y tenga agua disponible para las plantas.

Este silencio habla de la huida, de la aniquilación. 

No hay aves cerca, fueron ahuyentadas. 

Está la rabia, el miedo, la tristeza.

Crecí en la frontera entre la zona de cultivo y las colonias populares de la ciudad. Me distancié de la vegetación al relacionarme con puntos urbanizados de la ciudad; desde el trabajo de mis padres, las escuelas a las que asistí, zonas de recreación, empleos y espacios de organización. He normalizado recorridos de al menos una hora y media. 

Trabajar en la chinampa fue una invitación a reterritorializar un espacio del que había perdido familiaridad. Sari me invitó a recorridos por la zona, a los tequios, a la siembra, la cosecha y a poner atención en los ciclos agrícolas. Al rescate y resguardo de semillas nativas como el chicuarote, el cempasúchil, el maíz, el frijol. Esas son gran parte de las actividades que realizamos como proyecto de reconexión con la chinampa.

A mí, quienes me han enseñado a sembrar principalmente han sido mujeres

En el territorio chinampero, el trabajo con la tierra lo hacemos preferiblemente descalzxs.

Mientras los helicópteros se muestran y las aves se ocultan, nos encontramos limpiando y deshierbando pasto para sembrar jitomates.

¿Es posible relacionarnos con la tierra en claves distintas a la dominación y más cercanas al cuidado?

Chinampa del náhuatl chinamitl: tejido de ramas; y pan: encima de todo.
El territorio cambia: había largas extensiones de lagos, después canales. La tierra va abarcando más espacio, ahora viene el cemento.

De mi casa a las chinampas voy en bici. La ciudad se transforma, del gris pasa al verde. Canales de agua en lugar de grandes avenidas. 

Desde tiempo reciente, en una de las entradas cercanas al espacio donde trabajamos se empezó a construir un cuartel de la Guardia Nacional, actual institución de seguridad del gobierno de México. En el territorio contrasta su construcción: pesada, grande, totalmente de cemento, su representación espacial de imposición. Por debajo, como en toda la zona, hay capas de lodo sobre cuencas de agua.

Miguel nos involucra en su relación con la tierra, nos invita a esa experiencia con la que él ha crecido. 

Sari nos impulsa, nos anima. 

En ese momento lxs tres aprendemos del agua, del lodo, del chile chicuarote,2del maíz, de los hinojos, de las verdolagas, de los quelites.3

Nos volvemos chinamitl.

San Gregorio Atlapulco, Xochimilco, donde se encuentra la zona chinampera en la que colaboramos, es un territorio que alimenta de agua al centro de la Ciudad de México. Se le drena. 

En temporadas sin lluvias, no hay agua para regar. No es suficiente ante la sed de las plantas y al calor intenso.

Atlapulco: “donde revolotea el agua” o “las tierras del fango”.

Me gusta sentir el lodo, sumergirme. 

El fango deja en mi cuerpo su temperatura, yo dejo en él una huella. 

El lodo reconoce las relaciones e interacciones, da cuenta de ellas.

¿Qué huellas dejo yo en el territorio?

* * *

El año pasado navegamos por el río Yuma4 sobre neumáticos recuperados. Los Jaguos por el Territorio 5nos involucraron en su relación con el espacio que habitan, así como con su defensa. Con ellxs aprendí a prestar atención a las aves y que la defensa del territorio tiene que ver con las interacciones que generamos con él. 

—Me encuentro mirando un cielo brillante y un camino de crestas de árboles. Siento el frío refrescante del agua sobre todo mi cuerpo, tiemblo aunque me siento relajado acostado sobre la cámara de llanta. La corriente nos lleva. Pronto escucho una caída de agua pero no encuentro de donde proviene el sonido. 

—¿Y esa cascada? 

Camilo, que tendrá unos 12 o 13 años, se acerca y con su mirada me guía al origen del sonido. Un gran cauce de agua marrón.

—Eso es todo el riego de los cultivos, todo el fertilizante se va al río. —me dice.

* * *

En la milpa se dejan tres semillas de maíz: una para las aves, una para la tierra y otra para lxs humanxs. No nos centramos en producir, no usamos agroquímicos. Me da una sensación de que el cuidado y el aprendizaje toman más espacio en mi relación con el territorio. Trabajar la tierra no para producirla sino para cuidarla, para conocerla. Es lo que me deja pensando escuchar a Itziar cuando nos comparte, que en el colectivo Albura 6se miran como cuidadoras de abejas, más que productoras de miel en el semidesierto en Querétaro. 

¿Cómo sostener económicamente un proyecto sin centrarse en la producción?

En las chinampas hay zonas de cultivo y zonas turísticas. Me incomoda sentirme como turista, pero muchas veces me percibo más próximo a ello. Me gustaría sostener una presencia cotidiana en el cultivo, una presencia que deviene en defensa, la defensa implica enfrentarse a la injusticia. Una justicia desde el cuidado y la organización comunitaria.

* * *

Hay una presencia mayoritaria de hombres trabajando la tierra en las chinampas, pero quienes me han enseñado a sembrar principalmente han sido mujeres. Con las personas con las que comparto el aprendizaje de la tierra me siento conectado en cómo sembrar, regar, observar. Se vuelve una expresión de cariño. 

Dicen justicia ambiental y pienso en las manos de Miguel tocando la tierra, en la manzanilla creciendo a la orilla del canal, el diente de león brotando en las grietas del cemento, en las raíces de los árboles levantando el concreto. Pienso en una asamblea donde se presentan muchos desacuerdos pero sus participantes se marchan riendo; en el tequio, en el chapin, en el almarcigo; en la lucha de la comunidad Wixárica que exige la restitución de sus tierras y no es escuchada; en el nombrado “Tren Maya” y su recorrido de violencia.

Muchas veces la justicia es una sensación, se presenta al darme cuenta de la huida de las garzas ante el progreso y también cuando ellas regresan a pesar de él,

o quizá, 

frente a él.

Tona Kinich