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Susurros

by: Walla Capelobo

“Las plantas maestras son vehículos fértiles para otras realidades” 

Selvagem grupo de estudos sobre a vida1

Parte II

Congonha

Los susurros comenzaron cuando la encontré: una pequeña y vistosa congonha que en ese momento me presentó las claves de los encantos para alegrar mi mirada y reconocer las montañas como seres vivos que tienen sus propios agenciamientos y pulsiones. Beatriz Nascimento comenta en una entrevista a Januário Garcia cómo la historia de Brasil es esquizofrénica, es decir, cómo la realidad histórica y la percepción del territorio que corresponde a Brasil está ligada a una realidad ideológicamente orientada a la alienación y aniquilación de los seres que se someten a este orden validatorio. Reproducidas en las instituciones de enseñanza, las estructuras de conocimiento constituyen y someten a una realidad alienante que asume al mundo como un recurso a ser consumido, quitándonos la sensibilidad ante las cosas del mundo en aras del funcionamiento de las redes de opresión que nos someten día a día. Los susurros que las congonhas nos revelan llegaron como una ruptura de las cadenas esquizofrénicas de percepción y vivencias del territorio. Al ingerirla en té, doy inicio a un diálogo que me permite una metamorfósis al unir nuestro ADN. La siento en contacto con las partes más pequeñas de mi ser que guardan los recuerdos de un buen vivir encarnado desde los tiempos de otro lenguaje. Dependiendo de nuestras necesidades y conocimientos, un baño de hierbas es un buen ejemplo de cómo el cuerpo percibe el poder regenerador que está presente en la savia de las plantas. Después de pedir permiso y ayuda a las hierbas, se obtiene el don de la curación. En el contacto con las hierbas, existe el poder de cambiar el estado energético, físico, psíquico y espiritual al permitir que las hojas más viejas operen su conciencia y realidad. Con las congonhas no fue diferente para mí. Al pedir permiso para vivir con ellas di un importante paso atrás, como dice la maestra de jongueira,2 Jessica Castro al abandonar la ideología humanista de que no somos capaces de aprender de otros seres que no sean humanos; en particular de una planta. Reconocí mi ignorancia y pedí con humildad a las congonhas que me enseñaran a pisar la tierra que encarnaba de forma ligera y lenta cómo se aprende en una ginga de capoeira. 


–Sin hojas no hay sueños, sin hojas no hay vida–, canta y encanta la letra de la canción Salve as folhas de Maria Bethânia y Sandra de Sá, que alude a los fundamentos de las religiones de matriz africana que cantan y también encantan la vida a partir de la relación simbiótica con las plantas. El sueño prepara al soñador para el día siguiente, la institución del sueño –en palabras de Ailton Krenak– me colmó aquí al presentar su existencia a partir de la relación imbricada con las congonhas. Volví a soñar –y no sólo en el sueño, durmiendo, sino también en la vigilia–, pude imaginar a partir de los resúmenes de las heridas de la memoria que se presentan en los sueños para elaborar sentidos de estar presente en comunión con los múltiples organismos que me rodean. Como un entrenamiento para un futuro que ya está presente en su pasado donde los sueños elaboran y hacen vibrar la metamorfosis celular generada en el contacto continuo. En los sueños nos unimos con nuestros antepasados, una tecnología de aprendizaje elaborada para la continuación de nuestras existencias. Me encanta soñar y recordarlos en sus fragmentos de memoria en espiral –en palabras de la Reina Leda Maria Martins. Sueños susurrados desde el momento en que elegí las congonhas como especie compañera3 en esta insistente coreografía de huida de las extinciones y de la minería de nuestras oscuras existencias.

Congonha, planta maestra, 2021

QUEMAR

La cerámica y el arte de hacer piedra

La artesanía de la arcilla me encantó al tocarla, percibí la materialidad que me faltaba, la corriente transformadora de pensar con el tacto. Durante años de estudios formales en artes, eché de menos el conocimiento desde el hacer, el conocimiento más allá de las citas habituales que se acumulan como una forma de probar y competir por el conocimiento. Estar en un taller, el ruido silencioso de las manos implicadas por un cuerpo que se mueve alrededor del ser cerámico que allí se forma y se enseña. Aprender haciendo, hacer aprendiendo. En una tarde de hacer cerámica, envuelta en el barro, una percepción me invade el pensamiento: que hacer cerámica es hacer piedras. Al leerlo, quizás parece obvio, pero para mí todos los sentidos se abrieron a una nueva práctica de vida. Creo que es la mejor respuesta que puedo generar hoy ante la minería devoradora de tierra. Hago piedras, devuelvo y continúo el trabajo milenario de los volcanes que soplan el hacer terrenal. Hago piedras y las amo, siento la continuidad, el aporte del movimiento del tiempo extendido más allá de lo humano para hacer tierra. Hacer tierra, acción que tanto tuvieron que aprender nuestros antepasados de la diáspora africana cuando tenían como compañía el banzo, el anhelo de la tierra, de allí. Hacer tierra es crear espacio en tierras invadidas y retenidas por invasores con sus armas físicas y subjetivas. Aprendí a hacer tierra, a ser tierra, a construir piedras, seres terrenales comprometidos con la oscuridad. Hice tierra, ¡hago tierra!

Ceramic kiln burning, 2021

Crear fósiles o si las piedras guardan tus secretos

La alfarería y la artesanía del barro conllevan significados que van mucho más allá del objeto que se produce, trayendo consigo habilidades y gestos peculiares que dan forma a una olla o a una sartén. Mucho más que productos en sí mismos, estos objetos tienen una inmaterialidad, una subjetividad portadora de valores simbólicos. Cada pieza de barro producida lleva consigo parte del territorio, no sólo como morada del cuerpo, sino también en lo que se re-presenta como morada sagrada del alma.  

Celia Xacriabá

¿Cómo guardar un secreto que debe transmitirse a los demás sin revelar la luz que aprisiona nuestros sentidos? Las congonhas siguen en su misión diaria de escapar de las extinciones causadas por la maquinaria minera colonial que devora la tierra constantemente. Los conocimientos sobre nuestras relaciones con las congonhas y otros seres cósmicos también huyen del fetiche y de la destrucción de los sentidos que se produjo en contacto con la blanquitud colonizadora. Cuando me di cuenta de que estaba haciendo piedras me imaginé haciendo fósiles. Fósiles, seres encarnados en piedras que personifican constantemente un pasado y amenazan con recordarnos que la finitud es una cuestión de tiempo. Fósiles que revelan las transformaciones del paisaje que nos componen, alertando que lo que somos es lo que fuimos. Creé cientos de ellos: congonhas repetidas, transferidas a arcillas quemadas en piedras. A su vez, dediqué estos fósiles al tiempo de la Tierra, donde estos secretos bebidos se atrincheran en la tierra de tal manera que en la biblioteca viviente de la sabana serrana se multiplican y son vida. Nunca seremos olvidades, somos la tierra, eterna en su fin.

Walla Capelobo

Artista, investigadora

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