Más de nosotres, aunque incompletes

by: Portable

En noviembre de 2017, tuvo lugar una reunión autónoma sobre literatura de izquierda en un auditorio extrañamente ubicado dentro del Parque de Hong Kong.

Entre libros esparcidos por el suelo y pancartas repartidas por las sillas, este fructífero fin de semana de intercambios y debates, llamado Feria del Libro Negro [Black Book Fair], se llevó a cabo de la mano de activistes, músiques, artistas, editeres y organizadoris, marcado por poesía, comidas en común y viajes en furgoneta para transportar libros alrededor de la ciudad.

Al año siguiente, sus pioneres entregaron el proyecto a un conjunto completamente nuevo de personas que habían sido inspiradas por los esfuerzos anteriores. En retrospectiva, podríamos haber tomado como una premonición el hecho de que uno de estes organizadoris, una leyenda cultural en si misme, se hubiera sentido lo suficientemente apartado del entorno cultural y sociopolítico de Hong Kong como para irse de la ciudad a pasar una temporada en Taipei (de dónde aún hoy, todavía no ha regresado). Tal vez fue este “traspaso” inadvertido lo que hizo que el nuevo grupo, que en un principio eran simples partidaries interesades en las potencialidades de un Libro Negro, se sintiera confundido sobre cómo escribirlo todo de nuevo. Por ende no fue hasta dos años después, en la primavera de 2019, que las conversaciones y la energía finalmente se aglutinaron de nuevo para dar lugar a lo que redefinimos como la Asamblea del Libro Negro [Black Book Assembly]. Este encuentro de cinco días se enfocó en un intercambio de literatura entre activistes y editoris independientes de Hong Kong, Yogyakarta, Bali, Singapur, Seúl, Wuhan y Guangzhou; su financiación y organización fueron independientes y, con esperanza, reunió a los afectos de la cultura clandestina más allá del idioma, la clase y el estado-nación. Este experimento hacia una puesta en común transfronteriza de los problemas a los que nos enfrentamos en nuestros contextos locales —desde el desarrollo urbano y la gentrificación violentos hasta las luchas de les trabajadoris y las prácticas de archivo contrahegemónicas— prometía un apoyo mutuo contínuo. Desde entonces, ha habido esparcimientos de diálogo y colaboración continuos que dan destellos de que las redes de afinidad pueden acumular algo más.

quizá el primer paso para entendernos a nosotres mismes también sea no resucitar la ilusión de la identidad, sino admitir los incoherentes “yoes afectables” de una relacionalidad cosmopolita machacada y no soberana.

Sin embargo, el trasfondo que subyace a esa solidaridad revela un escenario mucho más sombrío. Solo un mes después de la Asamblea del Libro Negro, las consecuencias de un brutal asesinato provocaron un desplome político. 1Desde entonces, la solidaridad de Hong Kong se ha precipitado impotentemente en una caída libre de polvo y rocas. Durante el resto de 2019, salvo el absurdo ondear de las banderas coloniales americanas y británicas, 2 el internacionalismo de la Asamblea del Libro Negro dio paso a la devastación en nuestro propio territorio: dieciocho distritos se alzaron contra el marionetismo de nuestro gobierno y la injustificable brutalidad policial en contra de amigues y vecines. Durante algunos meses, nuestra lucha mostró un tipo de unión nunca antes vista: mística, sin rostro y descentralizada, pero en perfecto ritmo con los millones de pasos de protesta a nuestro alrededor. No obstante, al mismo tiempo, el binario “continente vs. Hong Kong” también aceleró una inclinación xenófoba hacia el localismo, lo cual llevó a muches hongkoneses a añorar una identidad “real”.

De hecho, si el movimiento de 2019 nos enseñó algo, el meollo de la cuestión es que no somos singulares, y que la identidad de Hong Kong no puede seguir ilusionada por la búsqueda de la autodeterminación. En la historia, nuestra soberanía no solo ha estado únicamente relacionada al patriarca del Norte, sino también —como colonia, depósito y puerta de entrada— al mundo. Por mucho que la descolonización generalizada establezca la autodeterminación como un mandato global, Hong Kong nunca ha conocido lo poscolonial. Nuestra contribución sólo puede ser una lucha duradera de no-soberanía. 

En el momento en que los picos de una proteína microscópica emergieron aquel invierno, los traumas coetáneos del movimiento en contra del proyecto de ley de enmienda a la Ley de Extradición (anti-ELAB, por sus siglas en inglés) 3 se fracturaron en una conveniente separación de cuerpos que inhabilitó el luto y la resistencia el tiempo suficiente hasta que se instauró la Ley de Seguridad Nacional (LSN) en junio de 2020.  La ironía extrema es que solo un mes después, el gobierno de Hong Kong anunció una campaña mediática llamada “¿Hablamos?”. Una iniciativa de salud pública para abordar la lacerante cantidad de problemas de salud mental que asolaban la ciudad. En otras palabras, mientras los partidos políticos, los sindicatos y otras organizaciones democráticas se han visto obligados a disolverse bajo la LSN, se nos ha animado a tratar la opresión como una psicosis individual. Quizás esto no debería sorprender, dado el historial de Hong Kong de haber sido  manipulado para ser un patio de recreo neoliberal, cuya psicología desmantela la solidaridad del bienestar social y la esfera pública. Incluso los que nos situamos en el extremo izquierdo del espectro político (los “izmierdosos”, según el lenguaje coloquial) —los que durante mucho tiempo hemos criticado el Valor de Hong Kong— también nos hemos dividido. Desde 2020, uno de los colectivos anarquistas más veteranos, el Centro de Recursos del Movimiento Social, también conocido como autonomous 8A, fue desalojado de su espacio a la fuerza y disuelto; otro colectivo, el Tak Cheong Lane, se las ha visto con problemas de alquiler y de licencias, lo que le ha llevado a transformarse en un restaurante apto para el público en general; y hay muches, muches otres de nosotres detrás de la primera línea tan desilusionades con los círculos activistas, que solo el partir en busca de “trabajos normales” (o migrar) podría evitarnos tal drama y decepción.

En un discurso de apertura en el marco de “Geografías de la colaboración I. Escribir la historia”, celebrado en la Haus der Kulturen der Welt de Berlín en 2013, Fred Moten afirmó de forma incitante que “el problema de la soberanía no es que el Tercer Mundo la haya arruinado. Tal vez el problema con el Tercer Mundo es que se apropió de la soberanía” 4. Y como parte del privilegio de “Primer Mundo” de Hong Kong, “ciudad asiática mundial”, quizá el primer paso para entendernos a nosotres mismes también sea no resucitar la ilusión de la identidad, sino admitir los incoherentes “yoes afectables” de una relacionalidad cosmopolita machacada y no soberana. Esto incluye la crucial negligencia de parte del establecimiento hacia refugiados, trabajadoris migrantes, y temas de género y relacionados a la comunidad LGBTQ. En este sentido, cualquier tipo de “más de nosotres” sólo puede ser una solidaridad de lo incompleto. Los paradigmas biopolíticos y ecológicos del cambio climático, el COVID-19 y el estado policial ya no permiten que nos reunamos más de nosotres. Pero es allí donde realmente debemos comenzar a hablar.

Imagen por: Erik Tlaseca

Traducción: Lola Malavasi Lachner

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Hong Kong/China

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