Insecurity in Lubumbashi. A thief burns alive in the Katuba Kananga district. Courtesy of Dépêche

Insecurity in Lubumbashi. A thief burns alive in the Katuba Kananga district. Courtesy of Dépêche

¡La muerte no nos detendrá!

by: Feza Kayungu

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Traducido por Jennifer Guerra Montenegro

El 22 de diciembre de 2021, nos despertamos con la escalofriante noticia de que cinco personas habían sido asesinadas en un barrio cercano. Habíamos oído el ruido de las balas en la noche; fue espantoso.1 Esta no era la primera noticia aterradora, era la enésima. Una noticia en particular nos dejó estupefactos: habían metido a un bebé a una nevera porque sus padres no tenían dinero para pagar. Toda una lista de noticias de pesadilla reforzaban nuestras dudas sobre nuestra supervivencia en esta ciudad, antaño marcada por su sigilosa calma.

Entre el 2019 y el 2022, se desarrolló en Lubumbashi una historia inolvidable. Un acontecimiento aterrador y doloroso. Algunas personas murieron, otras se marcharon, otras se rebelaron y otras dejaron de creer en los esfuerzos del Estado por resolver los problemas sociales de la ciudad. Y además, este suceso ocurrió durante el toque de queda.

El toque de queda fue una medida adoptada por las autoridades como resolución de seguridad y respuesta al recrudecimiento de la inseguridad en Lubumbashi. Este se extendía desde las 9 de la noche hasta las 5 de la mañana. Sin embargo, para nuestro asombro, fue durante esas horas que aumentaron los casos de delincuencia.2

Lubumbashi es la segunda ciudad más grande de la República Democrática del Congo. Es una ciudad estratégica para la economía del país, gracias a sus numerosas empresas mineras.

Lubumbashi siempre ha sido una de las ciudades más pacíficas y estables del mundo, gracias a su clima frío y a sus tranquilos habitantes. Pero el 2020 y el 2021 revelaron una cara diferente de esta ciudad.

Siempre había pequeños conflictos fríos entre bandas, como en cualquier ciudad normal. A nadie realmente le importaba. No sabemos con certeza cuándo llegamos a esta situación en la que no podíamos reaccionar ni denunciar, sino solo soportar. Sucedió tan rápido que el miedo era nuestra única constante.

Una mañana, nos despertamos repitiendo el mismo discurso.

Nos hacíamos las mismas preguntas: “¿Oyeron el ruido de las balas anoche? La verdad es que no dormimos. Parece que los bandidos entraron por el lado norte, mataron a algunas personas…”, “Dios mío, qué miedo”. Así empezamos a saludarnos cada mañana. Las noches eran largas y difíciles cuando innegablemente oíamos balas y no sabíamos de dónde provenían, y mucho menos si éramos el objetivo.

Estos hombres llegaban con ira, ira de matar, robar, saquear y violar.

Imagen tomada con permiso de "Lubumbashi -'insécurité toujours grandissante, les autorités interpellées", en Congo Profond, congoprofond.net
Imagen tomada con permiso de “Lubumbashi -‘insécurité toujours grandissante, les autorités interpellées”, en Congo Profond, congoprofond.net

Una vez hecho su trabajo, prometían regresar en otra ocasión. Muchas familias estaban desconsoladas y enfurecidas. No sólo se llevaban dinero o bienes materiales, sino que también se llevaban la vida. Se la llevaban con violencia, matando directamente a la persona en cuestión o empezando por matar a una persona inofensiva de tu familia, como une niñe o bebé. Eran despiadados. Algunas personas huyeron de sus casas para evitar ser objetivos.

Una residente de uno de los barrios afectados (Kasungami) narró: “Aquí casi no dormíamos; todos los días, la gente se despertaba a partir de medianoche, porque había robos a diario. La semana pasada, los ladrones armados vinieron tres días seguidos y en cada ocasión entraron a 5 casas”. “El domingo pasado”, explicó, “detuvimos a un policía que estaba robando, lo llevamos a la oficina del distrito y a la mañana siguiente lo soltaron. Incluso hubo riñas aquí”. 3 

La policía nunca llegaba a tiempo, como de costumbre. A veces se producían terribles enfrentamientos entre la policía y los bandidos armados. Estos intercambios creaban confusión entre la población. Y no dejaban de surgir preguntas como: “¿cómo es posible que estos bandidos tengan tanta munición efectiva como la policía?”.

Comenzó a correr un rumor. Un rumor según el cual la policía era la autora de estos crímenes.

“A menudo vienen vestidos con uniformes de policía, pero van bien enmascarados.4 Porque siempre llegan tarde y porque la gente desconfía de ellos”. A partir de allí, empezaron a surgir algunas iniciativas.

Sin armas

El fuego, la vuvuzela y el tambor se convirtieron en armas para ahuyentar a los bandidos. Decidimos tomar las riendas[v]. Para luchar, solo teníamos piedras, trompetas de plástico, silbatos y palos[vi]. Juramos vengarnos de cualquiera que cayera en nuestras garras. Al cabo de tres días, éramos muches, y los números siempre impresionan y asustan. Habíamos creado una sinergia, así que podíamos llamar a personas de otras zonas en caso de extrema urgencia. De este modo, mujeres, hombres y jóvenes nos reunimos alrededor del fuego para cantar y tocar nuestros tambores de circunstancia. Queríamos mostrarles a aquellos criminales que estábamos despiertes.

El miedo no tenía fin: ¿y si estaban fuertemente armados? Y si, y si, y si…

Pero unos días más tarde, una víctima caería en esta red… Qué satisfacción. Se le quemó vivo como pago por las fechorías y crímenes de sus predecesores. Esto les dio vigor a los hombres y mujeres jóvenes que, en lugar de dormir, velaban por sus seres querides para protegerles del dolor y los crímenes de estos hombres desalmados.

Entonces, se convirtió en costumbre; les jóvenes dormían a la intemperie, impartían justicia a estos bandidos y uno de los atrapados pagaba la olla rota. Era un daño irreparable. Como resultado, las fuerzas municipales, asustadas por esta decisión, resolvieron retomar las patrullas.

Rebelión

En realidad, aparte del hecho de que la población señalaba a algunos policías, la segunda oleada de delincuentes era más bien un tipo de hombres jóvenes que vivían en el barrio. Eran jóvenes inocentes de día y verdugos de noche. La policía fue interpelada varias veces, e incluso se castigó a algunos de sus autores. Ya no se oían quejas sobre su presencia durante los robos.

En su lugar, algunos jóvenes civiles tomaron el relevo. Empezaron a atacar a la gente a plena luz del día. Actuaban libremente y sin miedo, esclavizando a pobres ciudadanes que acababan de recuperarse de la psicosis provocada por las espantosas noches de insomnio.5
Estos jóvenes son producto del desempleo y de las falsas promesas políticas. No tenían armas de fuego, pero sí armas blancas: machetes, palancas, mazos… Y a veces utilizaban lo que encontraran en las casas.

Decían que la mejor manera de llamar la atención de las autoridades era matando a gente inocente. Así que se turnaban para matar, cortar y violar.

Un poco de espionaje en el barrio

Por qué siempre lo saben todo cuando vienen a nuestras casas. ¿Por qué dicen exactamente dónde están todas las cosas que escondemos?

“Hay una gran traición, deben tener un explorador”.

Algunos se hacían pasar por personas de limpieza o fingían buscar trabajo para espiar. Por la noche, llevaban máscaras y les contaban todo a sus jefes. Una noche, alguien reconoció a alguien que había estado en la casa durante el día.

“Vi a este hombre haciendo jardinería en mi casa. No me atreví a mirarle a los ojos para no sucumbir”. Así que calló.

“Guardé silencio para salvar mi vida. Pero durante el día, seguí todos sus movimientos y buscamos dónde se alojaba”.

Todos estos jóvenes, que suelen vivir en grupos de tres a cinco en pequeñas casas de dos habitaciones, eran el objetivo de la segunda operación.

Jóvenes que no vemos durante el día, pero que están allí igualmente… Los observamos más de cerca, y algunos de ellos fueron vistos en noches de crímenes. En silencio, fueron llevados por la fuerza a la comisaría en pleno día. ¿Quién era la persona que les señalaba? Era importante guardar silencio para evitar las consecuencias, pero al cabo de un tiempo, todos habían huido del barrio.

En la encrucijada de las revueltas

Matar es un crimen, pero rima con el estado del régimen,

La ley tiene otro nombre que suaviza este crimen

Le llaman legítima defensa.

Corresponde a los más fuertes decidir su naturaleza,

Los más fuertes tienen armas, aterrorizan,

Llaman la atención derramando sangre, paralizan.

Y del otro lado, estamos las víctimas

Para nosotres, matar es legítima defensa,

Pero al principio, teníamos miedo de esta ofensa,

Pero terminamos por rebelarnos,

No por placer, sino por la pasión de liberarnos,

Porque no podíamos confiar en la policía,

Nuestras frágiles y atormentadas vidas dependían de nuestra valía,

Tal vez esta sangre no tocó a la gente,

¡Maldita sea! Tal vez los gritos de mi hermana violada no fueron suficientes,

Ella habría gritado fuerte, y llorado con rabia en esta tormenta de dolor

Llamando la atención de los más fuertes en este desierto atrapador.

Y este niño inocente, por falta del dinero de su padre asesinado salvajemente

Y este miedo en los ojos de esta niña, testiga de sus padres su muerte,

Y todas esas noches de insomnio, esas incontables noches sin ilusión, 

En las que dormíamos sin esperanza de una reunión,

No, no podíamos pagar por su irresponsabilidad,

Nos dijimos,

“No he dormido, he sido traicionado por alguien cercano a mí, lo reconocí”,

Y nos dijeron,

“Nos prometieron trabajo, vamos a quitarte lo que tienes y

Se lo dirás de nuestra parte”.

Así fue como encendimos nuestro fuego de resarcimiento

Nos preparamos a afrontar este sufrimiento,

¡Arriesgando nuestras vidas!

A todos esos hombres jóvenes que se mantuvieron firmes, el valor es un tesoro.

Feza, El cuaderno de mis miedos

Feza Kayungu

Escritora, artista, investigadora, gestora cultural

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