Museos que cuidan

by: Poornima Sardana

Soy una anomalía en mis comunidades en India porque me siento como en casa en los museos. Hasta donde yo sé, la mayoría no se siente así. Solía preguntarme, ¿por qué? Entonces me convertí en una profesional en museos.

Luego de algunos años de experimentos en este espacio, aún no me he encontrado con resultados sorprendentes; al contrario, me he dado cuenta de que la respuesta es simple, humana. Nuestros museos no son instituciones que cuiden a las personas, no tienen una base de bienestar que den forma a su propósito. Así que a los distintos públicos no le importan los museos en su cotidianidad, y viceversa. Sorprendentemente, los mismos espacios que valoran una vasija de terracota como evidencia de vida o sabiduría que alguna vez existió, no consideran extraordinario lo mundano que hoy respira fuera de sus paredes. A los museos les hace falta solidarizarse con la diversidad que continúa existiendo y creciendo, les hace falta solidarizarse con su bienestar. Tomen en cuenta que escribo en el contexto de los museos de India, los cuales son principalmente instituciones públicas.

Estar en contacto con nuestro propio dolor y vulnerabilidad nos dispone a entender los de  otres, a tocar sus vidas con gentileza, pero significativamente.

Desde 2016, he disfrutado de perturbar este espacio, y he encontrado importante traer a los museos a quienes de otra forma no los visitarían; a quienes no interactuarían o se involucrarían con las perspectivas que encuentran en un museo, a quienes no se sentirían representades, o a quienes podrían considerar estas instituciones inaccesibles emocional o socialmente. Para este fin, me he apoyado lo lúdico. Co-fundé el Colectivo Museos Mazzedaar para hacer los museos accesibles a través de experiencias relevantes y no intimidantes. Al lado de les participantes, utilicé las gráficas arcaicas sobre genes del Centro de Ciencias como un telón de fondo para la poesía y reflexiones sinceras sobre el racismo, el odio y el poder. Juntamos a grupos intergeneracionales para que buscaran pistas entre los motores y las locomotoras de vapor del Museo del Ferrocarril, para que trabajaran junto a desconocides, para que se rieran y disfrutaran de encontrar nueva información, para que generaran juntes conocimiento. Tuvimos a persones mayores participando activamente en una improvisación en el Museo Rashtrapati (Presidente) Bhavan. Vivimos un momento poderoso en el Centro de Ciencias cuando adultes jóvenes reflexionaron a través de esqueletos sobre el cuerpo y la identidad. Fue revelador cuando, a través de rieles de ferrocarril pudimos hablar sobre alcance, comunidades tribales, desarrollo económico. En cada una de estas experiencias, mi rol ha sido el de escuchar, para traer tantas narrativas y perspectivas como fuese posible, para dejar que hubiera más preguntas que hechos. 

He apreciado soltar el control y permitirme ser una facilitadora humilde; simplemente acompañar a les participantes mientras perciben y responden a las colecciones echando mano de sus propias experiencias vividas. No asumir una posición de autoridad, ni buscar una narrativa definida, simplemente permitir puntos de entrada, estar en una posición de solidaridad. Me solidarizo con la diversidad, y esta solidaridad, a su vez, crea espacio para programas tan variados como las comunidades que nos rodean. Este enfoque ha permitido que grupos ecléticos se sientan en paz durante estas experiencias museales.

También me he apoyado en mi propia vulnerabilidad para conectar con colecciones y culturas al igual que con visitantes y seres semejantes. En 2019, mientras pasaba por tratamiento de quimioterapia, encontré refugio en los museos. Comprendí que estos eran quizás los únicos espacios donde, incluso en silencio, se me entendía; sentía que mis experiencias eran reconocidas a través del arte creado años atrás en contextos completamente diferentes. Los museos le abrieron lugar a mi melancolía, y a la esperanza también. A menudo pasaba tiempo en el Museo de la Manualidades, donde observaba a les artesanes trabajar con colores, texturas, patrones y materiales de diferentes tipos. Sus ágiles dedos trabajando con hilos, vidrio o metal, sus manos dándoles forma a las macetas, sus expresiones de profunda concentración al pintar lienzos o textiles eran catárticos, rítmicos, clementes e inclusivos. Aquí mi lentitud pudo ser bien recibida, mi deseo de comprender mejor la vida obtuvo respuesta en algunas de las canciones que se cantaban, las filosofías que se heredan a menudo en las tradiciones orales. Me encontraba vulnerable y mi vulnerabilidad era bien recibida. Parecía como si ese museo se hubiese solidarizado con mi vulnerabilidad, con mi necesidad de lentitud.

Mi respuesta a mi vulnerabilidad ha sido mi iniciativa Museos de Esperanza, para repensar los museos en función del bienestar de las personas y el ambiente. Aunque comenzó con programas que atendían a pacientes y sobrevivientes de cáncer, está evolucionando lentamente hacia un asesoramiento que observa el bienestar a través de diferentes focos. En los museos, he sido testigo de cómo músiques de folklor creaban lazos con niñes con discapacidades visuales a través de instrumentos y canciones. En los museos, he escuchado narrativas de trauma por la separación y cómo ésta continúa teniendo un impacto a través de generaciones. He visto a mujeres compartir sus consejos sobre la salud, el embarazo, los saris y sobre cómo navegar las jerarquías complejas en las relaciones. He visto niñes superar sus inhibiciones y preguntar en voz alta. Cada vez que ha habido solidaridad con la singularidad, he visto posibilidades con nuestra pluralidad. No es mucho, pero insto a mis colegas profesionales: esta labor vale la pena.

La pandemia nos ha hecho a todes conscientes de nuestras vulnerabilidades. Estar en contacto con nuestro propio dolor y vulnerabilidad nos dispone a entender los de  otres, a tocar sus vidas con gentileza, pero significativamente. Así que espero con sinceridad que esta experiencia devastadora de la pandemia también nos lleve a cielos más claros para canalizar nuestro propio aprendizaje hacia servirle mejor a un público diverso. Estar conscientes de lo que pudo haber causado que se alzaran barreras en una comunidad, el dolor y la exclusión, es un punto de partida para encontrar caminos y construir puentes. Abrir las puertas, las ventanas, y dejar entrar a la gente. Es como crear un lugar en tu jardín para la vida salvaje que complementará ese ecosistema. Solidarizarse con esa naturaleza salvaje, esa realidad honesta de nuestra existencia.

Durante la segunda ola de la pandemia en India, vimos un aumento en los voluntariados, en una muestra de propiedad, pertenencia y comunidad. Estábamos solidarizándonos con el miedo, el dolor y la pérdida ajenos. Me surge una pregunta, ¿podrían nuestras instituciones culturales también tener la intención de preocuparse, de solidarizarse con el bienestar de quienes nos rodean? Si pudiésemos adoptar ese espíritu de comunidad, entonces podríamos ser instituciones que se preocupen y encontrar formas de facilitar experiencias significativas para comunidades diversas. 

Imagen por: Rogelio Vázquez

Traducción: Lola Malavasi Lachner

Poornima Sardana

India/New Delhi Consultora de museos y Curadora

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